18 de mayo de 2012

Sin querer queriendo


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Pero a continuación venía lo que los taurófilos llaman segundo tercio; es decir: hay que clavar banderillas en el lomo de la inocente bestezuela. (Me refiero al novillo, no a mí.) ¿Y a quién corresponde esta tarea? Al matador y ¡a los subalternos!, uno de los cuales era yo.
  —Es lo más sencillo del mundo —me había dicho algún conocedor—. Todo consiste en pararte a medio ruedo, llamar la atención del animal para que se arranque corriendo en dirección tuya, simular que vas a dar el paso a la derecha, para que el novillo caiga en la trampa, pero tú das sorpresivamente el paso a la izquierda, con lo cual tienes todo el tiempo del mundo para clavar las banderillas en el sitio adecuado.
  —¿Pero si el novillo no tiene bien definido el significado de los términos «derecha e izquierda»?
  —No seas pendejo —me replicó cariñosamente mi amigo el conocedor—. Olvídate de los términos «izquierda y derecha», y piensa solamente en uno y otro lado. Es decir: tú finta que vas a dar el paso para un lado y lo das para el otro. Eso es todo.
  Bueno, así pues sí, ¿verdad? De modo que, contando ya con toda la ventaja a mi favor, llevé a cabo lo indicado. Como se recordará, lo penúltimo era (antes de clavar las banderillas) fingir que daría el paso para un lado, pero darlo para el lado contrario; y eso fue lo que hice… sin tomar en cuenta que alguien había aconsejado al novillo que simulara embestir por un lado para acabar embistiendo por el lado contrario…

Roberto Gómez Bolaños, Sin querer queriendo - Memorias.

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