29 de junio de 2011

A años luz

Un cuento de Mijaíl Zóschenko

No hace mucho me encontraba yo en el Jardín de Verano. Y fumaba un cigarrillo. A mi lado se sentaba cierto ciudadano. Por su aspecto, podía ser tanto un electricista como un lampista. El tipo se sentaba a mi lado y fruncía el ceño a causa del humo.
A pesar de mis muchos esfuerzos para no echarle el humo al ciudadano, el viento se lo lanzaba directamente a la cara.
Y de pronto éste me toca el brazo y me dice:
—Deje usted de fumar esta porquería, camarada. Que lo voy a invitar a auténtico tabaco inglés. Me lo ha mandado mi ex tío de Inglaterra...
El hombre saca de un bolsillo un paquete y me invita.
Y yo le digo:
—Gracias, pero no quisiera arruinarle.
—Que va —me contesta—, si para mí es un placer. Porque, se lo diré a las claras, yo tengo debilidad por los productos extranjeros. Tome.
Le acepté el cigarrillo.
—Sí —le digo—, los productos extranjeros, eso sí que... Unos productos como hay pocos. Hay muchos que valen la pena, añado.
—No muchos —replica el electricista—: todos. Tome usted lo que sea. Todo lo extranjero, para mí basta con que lo sea, lo apruebo de antemano. Tomemos, por ejemplo, aunque sea los conejos. Hace unos días trajeron a la cooperativa conejos australianos congelados... ¡Eso sí que eran conejos! Te comes uno de esos conejos y notas en los dientes, de verdad, la cultura y la civilización. ¿En cambio, los nuestros? Son una porquería de conejos. Cuatro patas y un rabo, eso es todo el conejo. Y hasta puede ser que no sea un conejo, sino muy posiblemente un perro o un gallo degollado. Y sin gota de civilización... Hace unos días dejé en el ventanal un trozo de salchicha; vuelvo a casa y adiós salchicha. Se la zampó el gato. ¡Ahí tiene usted productos nacionales!... ¿Qué le parece el cigarrillo, eh?
—Sus conejos son buenos, como no —prosigue el electricista—, pero y del tabaco, ¿qué me dice? Me lo ha mandado mi ex tío de Inglaterra... Un emigrante. Fúmatelos a gusto, me escribe, y entérate de lo que es bueno... Pero fume, dé usted una buena calada, hasta el fondo... Es un tabaco que llevo tres días fumándolo y como si nada, monada. ¡Y el humo, mire qué humo azul! Un cuadro y no humo parece. ¿No me dirá que los rusos hacen este humo? Aunque, ¿para qué alabar el tabaco? Si todas las mentes claras lo reconocen. Pero fíjese en la factura. La limpieza. El orden. ¡Y lo compacto que es! Fíjese bien, cómo están hechos. O tome usted la cajetilla, por ejemplo. Así por fuera parece una porquería de cajetilla. A ver, ¿qué tiene? Una cajetilla como otra cualquiera. Pero mire que exquisita sencillez. No le sobra nada. Nada le cuelga. Ni le rechina. Una inscripción inglesa y nada más... Qué lejos nos queda el extranjero. Muy lejos, a años luz, si no más.
Tomé la caja, la examiné. En efecto, era una buena caja. Y en la tapa había algo escrito en inglés. Pero abajo, aparecía impreso en letras diminutas:
«TIPOGR. ESTATAL ACAD. CIENCIAS.
MALECÓN TUCHKOV. MOSCÚ»
—Oiga —le digo al electricista—, aquí hay algo impreso.
El electricista observó la caja, picó con aire pensativo sobre ella y dijo:
—Me han engañado, los malditos. Yo mismo me decía: ¿qué es esto? Como si pasara alguna cosa. Llevo tres días fumando y noto que la cabeza me ha empezado a doler y además tengo náuseas ...
El hombre aspiró el humo.
—Así es —dijo—. Un asco de cigarrillos. Y el humo ¡que áspero! Debe ser del papel. Hiede a trapo quemado. ¡Maldita sea! ¡Valiente producto! ¡Qué lejos estamos, a años luz, de su civilización!

3 comentarios:

Rodrigo dijo...

¿Es idea mía, o Zóschenko se inspiró en Chile para escribir este cuento?

Reca dijo...

Yo creo que hasta en el planeta Júpiter se cuecen las mismas habas...

Don Pato dijo...

Yo tuve conocidos y muy cercanos que funcionaban así.