27 de noviembre de 2006

El día que yo me muera...




El día que yo me muera quiero el cajón más barato,
mi traje de siempre, la ceremonia más simple
y el funeral más sencillo.
Que no gasten en muchas flores ni en ornamentado cajón
(que no lucren a mi costa las floristas sinvergüenzas
ni ningún funerario pillo).
Que mi ataúd quede cerrado,
porque nadie que no me conozca necesita conocerme en ese estado,
y quienes me conocieron,
no necesitarán verme tieso, amarillo y desfigurado.
No obliguen a mi señora,
si me ha sobrevivido,
a recibir innumerables pésames
que eso sólo aumenta las penas,
y ya muchas ha tenido.
Tampoco entreguen mi dinero
a cambio de un nicho cualquiera,
que obligue a hacerle visitas -o languidezca sin ellas-
y me encierre nuevamente –esta vez para siempre-.
Prefiero que me cremen y arrojen mis cenizas al viento,
para que las lleve por doquiera.
A ver si así algunas de ellas llegan
a cada lugar donde estuve,
a cada sitio que conocí, y donde se me conociera...

[¿Llegarían algunas a Mejillones por ejemplo,
donde me enamoré por primera vez (de una “niña mala” por cierto),
o atravesarían parte de ellas este árido desierto
para asomarse a Calama,
donde quedaron esparcidos trozos de mí
que jamás pude pude recuperar?.
Un poco más arriba, a Toconao,
quisiera llegara algo,
a ese pequeño pueblo que nos dió de regalo
el unico año nuevo con algún significado.
Quizá si con suerte unas partículas sigan al noreste
y lleguen a Bolivia,
país que nunca creí me gustara tanto,
y que tanto me atrae todavía…
A La Serena, claro,
debían volar algunos restos, para que vuelva allí mi cuerpo
como no pude hacerlo yo.
Y a Carén, caramba, ¿llegarían?,
si lo hiciesen

tal vez cayeran en el cerro,
-ése de junto a la iglesia, donde corría tras las lagartijas
y me espinaba de chapines los tobillos-,
o quizá se zambulleran en la poza chica,
bajo el puente de un solo palo,
ése que me daba miedo cruzar…
Dependiendo de los vientos,
y –cómo no- de la fortuna,
podrían llegar a Santiago,
en donde algún corazón aún me albergará en sus recuerdos.
O a Talcahuano -¿quién sabe?-
en donde ha de estar aún la que, a la semana de conocerme,

quiso casarse conmigo,
y me olvidó pasado sólo un mes de dejar de verme…]

No quiero que mi cuerpo quede
dentro de un cajón derruído,
en un nicho arrendado
y a visitas obligadas, sometido.
Bastantes sinsabores y disgustos ya he dado,
para seguir dándolos, luego de fallecido...