21 de agosto de 2016

"El pajarillo"


 
Y ahí estaba yo,
a tempranas horas de la mañana,
a media ladera de un empinado cerro,
con el Pacifico extendiéndose vastamente ante mis ojos,
en comprometida posición,
en aún más comprometido, urgente
e ineludible menester, al amparo de ajenas miradas
tras un enorme quisco protector.
Si, ahí estaba y de tal guisa,
cuando en el quisco de enfrente, inmediato,
cercano a cosa de un paso,
se posó un pajarillo -un vocinglero pajarillo- a cantar.

Cantaba,
y sus trinos ahuyentaban el silencio de la mañana,
saludando al amanecer.
Cantaba incesantemente, hinchando su pecho amarillo,
envuelto en su librea verde,
cantaba como si no tuviera en la vida
otra cosa que hacer.
Estaba ahí, tan cerca,
tenía una vista tan perfecta de su estampa,
se apreciaban tan bien sus colores,
a los primeros rayos de la aurora,
que no pude menos que codiciarlo,
no pude menos que querer fotografiarlo.
No era, sin embargo, una fácil tarea.
La posición en que me hallaba era difícil,
el piso muy inclinado y la cámara estaba en un bolsillo del arremangado pantalón.
Un movimiento brusco podría espantarlo,
una caída podría causar un mal no menor.
Con mucho cuidado,
y haciendo caso omiso de las íntimas caricias
del frío aire de la mañana,
conseguí sacar la cámara y encenderla,
en tanto los trinos continuaban a todo pulmón.
Lentamente alcé el brazo, apunté y enfoqué.
Y entonces,
a mitad del canto y sin previo aviso,
en tanto yo apretaba el botón del obturador,
el pajarillo aquél
(mal rayo lo parta y un Chilla se coma a su prole), voló.
Voló, se fue,
y la cámara -siempre tan lenta ella-
no registró otra cosa que un borroso y grisáceo revoltijo de plumas.
Voló, y ahí quedé yo,
con el brazo estirado,
enormemente frustrado,
en aquella misma incómoda
-y no menos comprometedora- posición...

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