7 de agosto de 2016

Calcetín huacho...


Huacho.
Huacho estaba el calcetín,
un calcetín negro,
enrollado sobre sí mismo,
convertido en ovillo,
en la calle vacía,
junto a un par de zapatillas,
un huacho y negro calcetín.


¿Cómo llegó ahí?
¿Quién se quitaría el calzado,
en medio de la calle,
y un solo calcetín?
Y es que no estaba,
no estaba su par, su otra mitad,
no estaba,
brillaba por su ausencia,
aunque lo busqué,
arduamente,
espoleado por insensata curiosidad,
no pude encontrarlo.

Nadie había en la calle,
ni rastro siquiera
del descuidado dueño
de ese par de zapatillas
y del huacho calcetín.

No, no, ni lo pienses siquiera,
no había en aquella pared
una abierta ventana,
de la que pudieren haber caído,
o una puerta por la que
-junto a su dueño-
pudieran haber sido arrojados,
las hermanas zapatillas
y el huérfano calcetín.
Quien haya sido el propietario,
no estaba,
en toda una cuadra a la redonda no estaba,
solo una brisa,
una ligera brisa, recorría la calle,
y aparte de ella nadie,
nadie.

Solos estaban,
solitarios en la silenciosa calle,
un negro calcetín huacho,
y dos zapatillas de color gris...

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