4 de noviembre de 2011

Al norte y de regreso.

Sintió crujir la capa de sal que cubría el suelo, bajo el peso de sus botas, y supo que se había salido del rastro dejado por los que iban adelante. Lo confirmó una voz áspera, extraña:
--¡A la fila!
Le costaba al sargento sacarle palabras a su boca reseca, pero estaba atento.
Siguió caminando, ¿cuánto tiempo llevaban de camino?, no había manera de saberlo, perdida la noción del tiempo en esa marcha monótona, interminable. Pero los labios partidos daban fe de que hacía mucho ya que habían sacado la última gota de agua de las caramayolas.
Uno de los que iban adelante cayó pesadamente al costado, al parecer alguien hizo ademán de ayudar, porque el teniente dijo con voz firme:
--¡Nadie salga de la fila!, izquierda, derecha, izquierda, derecha, ¡marchen!
Atrás se fue quedando el cuerpo del caído, mientras la columna continuaba la marcha con su ritmo cansino.
De algo servía el entrenamiento, el cuerpo entero gritaba ¡basta, quiero descansar!, pero las piernas, desconectadas del cerebro, seguían obedeciendo la orden –izquierda, derecha, izquierda, derecha.
Miró al costado y vio como se proyectaba la sombra de la columna y pensó: Vamos hacia el norte, al norte.
--¡Nos vamos al norte, niños, nos vamos al norte! Era el grito que alborozados lanzaban mientras se embarcaban en el vapor que los llevaría a la guerra.
Y el vapor, cumpliendo sus deseos, los llevó al norte atravesando el desierto de agua, para dejarlos allí, en ese mar de arena donde ahora caminaban, siempre al norte.
Sus piernas se estremecieron, pero sintió que lo sostenían de las correas de la mochila
-- No afloje compadre, que ya falta poco.
El teniente debió escucharlo, porque dijo con voz serena, tal vez intentaba también engañarse un poco a si mismo:
-- ¡Adelante niños, que ya falta poco, adelante!
La columna siguió su marcha, los labios resecos, los ojos ardiendo, las ampollas de los pies hace rato convertidas en llagas, dejando además, como tributo al desierto, uno que otro cuerpo dormido sobre la sábana de sal.
De pronto, de la cabeza de la columna surgió un rumor, el rumor subió de tono y corrió como un reguero de pólvora a lo largo de la columna convirtiéndose de pronto en mágicas palabras
--¡el agua!, ¡el agua!
Adelante, bajo un improvisado toldo de lona, esperando, se veían las cuadradas figuras de dos carretas cargadas con barriles de agua.
La columna perdió su forma, los oficiales intentaron mantener el orden
-- ¡Tranquilos, niños, si alcanza para todos!
Pero ya la columna se había transformado en un círculo de brazos que rodeaba las carretas, los vasos de las caramayolas en alto esperando el agua que los conmovidos arrieros se apresuraban a repartir.
Cuando al rato, saciada la sed, descansaba recostado en una piedra, vio venir a un subteniente
-- Voluntarios para ir a buscar a los rezagados.
Sintió que una mano se posaba en su hombro,
-- Vamos compadre, vamos.
Se levantó trabajosamente y escuchó su propia voz decir, con un tono extrañamente alegre,
-- Vamos compadre, vamos al sur ahora, para variar un poco.

*   *   *

No lo encontraron, tropezaron con él, el sucio blanco del uniforme se confundía con el blanco sucio del terreno. Estaba como había caído, a lo largo, no tenía señales de estar vivo y, solo cuando lo movieron para ponerlo boca arriba, se quejó débilmente demostrando que a pesar de todo estaba vivo.
--Amigo, venimos a buscarlo, le dijo, pero no hubo respuesta. Le levantaron la cabeza y le vertieron un poco de agua en los labios resecos, agrietados. –Vamos, compañero, beba un poco.
El soldado pareció despertar y comenzó a beber ávidamente. –Pare compadre, no le de mucha agua de golpe, tiene que ser de a poquito.
Lo pensó un poco pero decidió que valía la pena y, lentamente, casi con ternura, le vertió un poco de agua en la cara, para lavarle el polvo que le cubría los ojos.
El soldado entreabrió los párpados y dijo con dificultad –gracias… gracias, amigo, y los volvió a cerrar.
--Es Benitez, pensó, no lo había reconocido, es difícil reconocer a alguien con una costra de salitre en el rostro. Le dio otro poco de agua y pareció reanimarse un poco. --¿Qué paramos a descansar? preguntó, ni siquiera se había dado cuenta de lo que había sucedido, seguramente ya estaba dormido antes de caer.
--No, amigo, se quedó rezagado y nosotros regresamos a buscarlo, llegamos al agua, allá estamos acampados ahora, tiene que levantarse, entre los dos le ayudaremos a caminar, vamos.
--El agua, dijo Benitez, si la escucho, se nota que el río trae agua, llovió harto este año, ¿ven como verdean los cerros?
Se miraron desconcertados, --está desvariando el amigo, dijo, ni siquiera sabe dónde estamos, a mil leguas de algo verde.
--Ya estamos llegando a mi rancho, ¿ven esos tres álamos?, está allí detrás, cerquita del río. Vengan conmigo, descansaremos y mi mujer nos hará una cazuela de gallina.
--Claro, amigo, aquí vamos, ¿cierto compadre?
Se miraron en silencio ¿qué otra cosa podían hacer? En voz baja dijo
-–tendremos que cargarlo, no creo que pueda caminar, el otro asintió.
Quiso darle otro sorbo de agua pero esta cayó al suelo, Benitez no la recibió. No necesitaron comprobar si aun respiraba, el curtido rostro ya mostraba esa paz que solo una muerte tranquila es capaz de dar.
--Venir a morir tan lejos, dijo.
--No compadre, no murió lejos, murió en su casa…

Jenofonte

11 comentarios:

Don Pato dijo...

Gracias por entregarnos estas cápsulas de literatura.

Jenofonte dijo...

Gracias por demostrar que aun hay vida y más gracias todavía por llamar literatura a este pobre cuento...

CeciliaCastillo dijo...

Vaya, qué bello cuento. Paisaje del Limarí percibo entre líneas....

Jenofonte dijo...

Puede ser, pero me costó un Amazonas. En realidad el cuento se llama "Al norte" y llega hasta la mitad (***), pero influido por la cultura del cine norteamericano, escribí "El regreso" que es la secuela... (por eso la división en dos partes...) ¿Queda mejor como uno solo? eso pensé después.

Jenofonte dijo...

De todas maneras me gustaría saber si el cuentito tiene algún mérito o si es mejor que me dedique al ferromodelismo...

CeciliaCastillo dijo...

Absolutamente sí lo tiene. Está bien escrito, es ágil, todo el cuento es muy masculino y sin embargo el final es tierno.
A mí me parece que debieras escribir permanentemente.

Reca dijo...

¿Permanentemente? Oh, my goddess! si este es el primer cuento que escribo, no puedes apurar ganado flaco...

Rocío Muñoz dijo...

la última línea como que aprieta el corazón...

...gracias, muy bueno!

Reca dijo...

Gracias, pero este cuento constituye la totalidad de mi obra... (mejor lo divido de nuevo, así pasaría como que escribí DOS cuentos...()

Rodrigo dijo...

Escribir un cuento no es problema. Que le guste a alguien más, tampoco.

El verdadero problema es que a ti te guste lo suficiente como para mostrárselo a alguien...


Creo que está bueno.
Tanto así, que no basta con una secuela.
Se echa en falta la precuela...

Jenofonte dijo...

Bueno, en una de esas noches de insomnio (que son frecuentes) se me ocurrió la idea y por la mañana me dije a mi mismo ¿por qué no escribirla? y lo hice.
Después me vino un ataque de inseguridad, ¿es posible que esté copiando de algo que he leído por ahí?, ¿estará bien escrito?
Claro que me respondí prestamente, copiar lo viene haciendo la literatura desde los tiempos de las tablillas de arcilla, así es que no hay problema. Y lo de si está bien escrito, bueno, no me lo encontré tan malo tampoco, y si alguien me dice que le sobran comas no faltará el que diga que le faltan.
Así, lo envié al ciberespacio y ahí quedará quizás por cuanto tiempo.
Lo de la precuela, algo tengo escrito, podría servir tal vez, pero más allá de eso no lo se, porque si bien mis noches de insomnio son muchas, más que dedicadas a los cuentos lo están a las cuentas...