16 de junio de 2025

Lo que dicen los astros

Yo, que hasta los no sé cuántitantos años había vivido con la firme convicción de que los astros estaban demasiado ocupados en brillar como para ocuparse de mi modesto destino, decidí un jueves particularmente caluroso que sería conveniente —y quizás hasta elegante— dejarme guiar por el horóscopo. Para el caso, escogí el del
Diario Regional. La culpa fue de la cerveza. Siempre me cae mal cuando no está bien fría y la tomo sin compañía.

Géminis: "No tomes decisiones importantes hoy. El amor puede ser esquivo, el dinero también. Evita hablar con Sagitario y con tu jefe."

Naturalmente, no hice nada ese día. No abrí el correo, ni contesté el teléfono, ni me dirigí la palabra en el espejo por si acaso mi ascendente era Sagitario. Con mi jefe no tuve problemas; tal vez así se lo indicó su horóscopo y solo apareció a las nueve, firmó el libro y desapareció por el resto del día. Por lo tanto, me limité a observar el techo y esperar que pasaran las amenazas celestiales como quien espera que las moscas dejen de volar o que el gobierno cumpla sus promesas.

Al día siguiente, sin embargo, el horóscopo fue más amable:

Géminis: "Gran oportunidad en el amor. Compra flores. Llama a esa persona especial. Tu energía está en su punto más seductor gracias a que Venus está en la casa de Acuario."

Así que le llevé flores a Ermelinda, la bibliotecaria, con quien mantenía una especie de romance incipiente desde hacía meses, consistente en intercambios apasionados de tarjetas de préstamo de libros y miradas por encima de los estantes de novela rusa. Llevaba claveles —que era lo único que le quedaba a la florería— y mi mejor camisa, que no necesariamente eran compatibles.

Ella me recibió con una sonrisa. Me sentí impulsado por la fuerza de las constelaciones, me incliné y le recité lo primero que se me ocurrió, que fue una línea del horóscopo del día anterior. Ella palideció, soltó las flores como si quemaran y murmuró:

—Eres Géminis… como mi exmarido.

Y así fue como el horóscopo me quitó el amor antes de que siquiera comenzara. Ermelinda se casó seis meses después con un taxista de Capricornio, y yo estuve dos semanas sin atreverme a abrir el periódico.

Pero el vicio es tenaz, y la superstición, cuando se instala, se comporta como un cuñado incómodo: aparece a la hora del almuerzo todos los domingos, pide más vino del que no llevó y opina sobre tu vida sentimental.

Seguí leyendo el horóscopo, con creciente religiosidad. El problema es que cada mensaje era más críptico que el anterior.

Géminis: “Momento propicio para expandirte. Cuidado con las decisiones apresuradas. Evita los perros.”

Yo no entendí si lo de expandirme era emocionalmente, espiritualmente o en la cintura, pero me apunté a un curso de Tai Chi para embarazadas (era el único que tenía cupo). No me dejaron participar, aunque hice amistad con la instructora, que luego me denunció por invadir un espacio seguro. Y lo de los perros… bueno, eso lo ignoré hasta que, en el parque, uno me atacó sin motivo aparente. Tenía razón el horóscopo, aunque fue tarde para evitarlo.

Otro día, el consejo era:

Géminis: "Busca respuestas en el agua. La intuición será tu guía. Pero no uses azul."

Decidí ir al río. Me caí al intentar interpretar un reflejo que me pareció un mensaje. Perdí un zapato y gran parte de mi dignidad. Y encima llevaba camiseta azul. Me agarró un resfriado místico que me duró diez días y una otitis filosófica.

Y, sin embargo, lo peor ocurrió cuando el horóscopo dijo:

Géminis: "Atención: recibirás novedades. Quizá el pasado vuelva para reclamar lo que es suyo."

Pasé dos semanas encerrado, convencido de que se trataba de Emeterio, al que le debía un colchón desde hacía como diez años. Resultó que lo que me llegó fue una invitación a una reunión de exalumnos, donde nadie me reconoció y me preguntaron si yo era el nuevo portero del colegio.

Pero después, en medio de esta saga astrológica de fracasos, fue que conocí a Rosamelva. Estaba en la fila del banco, discutiendo con la cajera por unas comisiones abusivas, y lo hacía con tal fervor y elocuencia que no pude resistirme. Me enamoré en el acto. No de su cartera (que estaba usando como arma), sino de su absoluta indiferencia hacia los designios del zodíaco. Ella era Piscis, y me dijo que el horóscopo le servía únicamente para saber qué día es.

Comenzamos a salir, y contra toda predicción, fue maravilloso. No hubo traiciones (salvo cuando me dejó esperando en el cine porque se equivocó de día), y aunque mi horóscopo semanal seguía diciendo cosas como “no salgas”, “no firmes nada” o “hoy no es tu día”, lo cierto es que cada día con Rosamelva lo era. Incluso una vez rompimos juntos un suplemento dominical que decía que Géminis y Piscis son “incompatibles en la vida, en la cama y en la conversación”. Nos reímos, hicimos todo eso y más. Sin consultar a Venus.

Fue por ella que, en un gesto de venganza o curiosidad, decidí investigar quién escribía el horóscopo del Diario Regional. Tras varias vueltas y un adecuado soborno, descubrí que no se trataba de un experto en astrología hindú ni de una pitonisa húngara, sino de don Clodomiro, un ex empleado de la municipalidad, jubilado desde hacía quince años, que escribe los horóscopos desde su casa, copiándolos al azar de una revista femenina de 1942 llamada Secretillos. Dice que no cree en nada de eso, pero que le pagan un par de pesos por horóscopo y que, como nadie se ha quejado en mucho tiempo, sigue reciclando los mismos mensajes, intercambiándolos sin método alguno entre los diferentes signos.

Así fue como comprendí, tras un exhaustivo experimento de campo que consistió en hacerle caso al horóscopo durante ocho semanas consecutivas y sobrevivir para contarlo, que estas predicciones funcionan como un semáforo en una calle donde ya no pasa nadie: puede quedarse en rojo todo lo que quiera, pero si uno mira bien, no viene nadie, y tiene algo de dignidad y buenas piernas, puede cruzar tranquilo… y hasta encontrarse con el amor del otro lado de la calle.

Esto, por supuesto, contradice frontalmente lo planteado por don Clodomiro —autor del horóscopo del Diario Regional, jubilado profesional y aficionado a los crucigramas difíciles—, quien desde su balcón y con la ayuda de una lupa y revistas de 1942, sigue advirtiéndonos de “fuertes energías retrógradas” y “potenciales giros inesperados”. La única energía que gira ahí es la de su ventilador de mesa, y lo único inesperado es que siga escribiendo el horóscopo diario sin darse cuenta de que repite lo mismo desde que se jubiló.

Según un estudio absolutamente fidedigno, hecho por mí, el 87 % de las advertencias zodiacales son recicladas, el 10 % son inventadas por Clodomiro para pasar el rato, y el 3 % restante las escribe cuando se le acaba el sudoku y se aburre.

Y, aun así, cruzar la calle sin mirar el horóscopo fue lo mejor que me pasó. Porque ahí estaba Rosamelva, en el banco de la vereda opuesta, ignorando a los astros y discutiendo con la cajera.

Ahora soy medianamente feliz. Aunque no dejo de ser cauteloso. Vi que Rosamelva está usando cuchillos para preparar la cena. Y los astros dicen que esta semana debo tener cuidado con los objetos punzantes. Rosamelva es amorosa, pero a veces —como toda mujer— puede ser algo impredecible. Sobre todo cuando Saturno está en la casa de Libra.

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