La
música, entre otras de sus características, está la de transportarnos a través
del tiempo y el espacio. Es divertido como una antigua canción, de esas que ya
casi nadie escucha, provoca que un par de neuronas se conecten y se vengan a la
mente recuerdos que creíamos borrados. Encendí la radio y, en la estación que
estaba sintonizada, comenzaba un programa dedicado a sacar discos, o lo que
sea, del fondo del baúl de las canciones antiguas y casi olvidadas. “Ella ya me
olvidó, yo la recuerdo ahora”, estaban tocando, y escucharla me llevó de
regreso a un momento en el pasado, muy pasado, cuando era joven, y dando los
primeros pasos de adulto, vivía en una residencial, de esas para jóvenes con
sueldo de principiante. Yo trabajaba, y podía mantenerme, pero mi amigo no
tenía y no me quedó más alternativa que recibirlo en mi pieza, a escondidas de
la dueña pero con la complicidad de las empleadas, que ya sea por simpatía o
porque les divertía reírse de la patrona, guardaban el secreto. “Ella ya me
olvidó, yo la recuerdo ahora”, era una de las canciones que por estar de moda,
repetían y repetían una y otra vez en las radios. No se lograba nada cambiando
la estación, todas seguían la moda. Cómo es posible, decíamos mi amigo y yo,
que a la gente les guste escuchar esas canciones tan ridículas: “Hoy la vi”,
“La foto de carnet”, “Esto es el amor”, “Cómo te extraño mi amor”, “Como poder
saber si te amo”. En resumen, la cursilería máxima convertida en canciones. Y
repetirlas durante todo el día era para nosotros el colmo del abuso. Pero un
día, sin darnos cuenta, nuestras vidas sufrieron un cambio, por casualidad nos
ocurrió al mismo tiempo. Un fin de semana, yo tenía dos días libres (mi amigo
estaba libre permanentemente) viajamos a nuestra ciudad natal. Algo sucedió allí,
en dos días pueden suceder muchas cosas imprevistas, una lluvia, un temblor, un
accidente… Bueno, lo nuestro lo podemos clasificar como accidente. De regreso
en nuestro inhóspito cuarto de la residencial, continuamos con nuestras vidas,
la mía en el trabajo, y mi amigo en el suyo, que consistía en buscar uno. Pero
el ambiente era distinto, de pronto ya no conversábamos por la tarde, y nos
quedábamos en silencio o nos comunicábamos lo estrictamente necesario, con un
–-pon a hervir el agua o un --pásame el azúcar… ya ni hablábamos con las
empleadas salvo para preguntarles –Rosita, ¿nos ha llegado carta? Porque ahora
esperábamos cartas, ¿Por qué?, de pronto descubrimos, con una mezcla de
desconcierto y angustia, que en apenas dos días nos habíamos enamorado violentamente,
y como habíamos dado nuestra dirección a las recién adquiridas dueñas de
nuestros corazones, necesitábamos saber, con la misma ansiedad con que el
sediento pide agua, si nuestros sentimientos eran correspondidos. Y luego,
debido al mal estado de nuestros corazones, encendíamos la radio y nos
quedábamos embobados escuchando las antes detestables y ahora de improviso tan
sentimentales y hermosas canciones de moda. --Oye, me decía mi amigo, --sube el
volumen de la radio que están tocando: “Tu llegaste cuando menos te esperaba…”
Ha pasado tanto tiempo desde entonces que puedo dar por seguro que ella ya me
olvidó. Pero por culpa de la condenada radio que desenterró esas canciones
antiguas, descubro con sentimiento, en medio de un ataque de nostalgia, que “yo
la recuerdo ahora”…
Jen-O
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