26 de abril de 2025

Sueños

 


Recuerdo que había noches en que el cielo entero parecía acercarse, como si quisiera confiarme algún antiguo secreto.
Caminaba lentamente, con la mente enredada en cosas que hoy se me escapan de la memoria. Sin embargo, al llegar a aquella pequeña loma, me dejaba caer sobre el pasto aún tibio del día y alzaba la mirada.
Ahí estaban, como siempre: esos diminutos destellos de luz que eran otros tantos soles.

Se veían tan pequeños... apenas puntitos titilantes en una sábana inmensa y, aun así, sentía que cada uno guardaba un sistema propio, con sus planetas y sus lunas, contando historias que sólo podíamos adivinar.
Cerraba apenas los ojos y, al abrirlos, imaginaba que la Tierra era un navío, y yo, su viajero, impulsándome hacia esos lejanísimos sistemas.
Pensaba en qué maravilla sería llegar a uno de esos mundos remotos y, en una lengua nueva, decir simplemente:
"Hola, vengo de un lugar donde las tardes huelen a pan caliente y los grillos cantan cuando sale la luna."

En la escuela pregunté una vez si podría haber vida allá afuera. El maestro, con la voz grave de quien teme decepcionar, dijo que lo veía improbable.
Pero yo no. Yo seguía creyendo que sí.
Debía de haber, me decía, en algún rincón lejano del universo, alguien también acostado sobre la hierba, mirando hacia este mismo firmamento, preguntándose si estaba solo.

La noche caía sin prisa, como un abrigo que alguien, en un gesto antiguo, me ponía sobre los hombros.
Sabía que debía levantarme y caminar de regreso a casa. Sabía que la luz en la ventana se encendería pronto, esperándome.
Pero me quedaba un poco más, porque esa breve eternidad robada al universo —esa hora hecha de cielo, de sueños y de estrellas— era todo lo que me pertenecía verdaderamente.
Y uno nunca debería tener prisa al despedirse de lo que ama.

Jen-O

No hay comentarios.: