Así es su andar: camina, se detiene y vuelve a caminar. No sabe si persigue
algo o si tan solo se deja llevar por la costumbre de avanzar. Sus pies dejan su huella en la tierra y, cuando el cansancio lo vence, se tiende en la
orilla del río. Entonces la paz lo envuelve como si quisiera abrazarlo, y en el
murmullo del agua encuentra un refugio para los recuerdos.
Recuerda… no todo, claro, sino aquello que aún se resiste a abandonar la memoria de un peregrino errante.
Hay memorias que no pesan, sino que acarician, como un eco lejano que lo acompaña en el silencio.
A veces cree que, en cada recodo del río, no busca redención, sino la certeza de que vivió, de que sus pasos alguna vez estuvieron guiados por una ilusión tan luminosa como ingenua.
Y sigue andando. No porque sea lo único que le queda, sino porque en cada paso guarda el murmullo de aquel verano, y en ese recuerdo encuentra todavía un motivo para avanzar.
Recuerda… no todo, claro, sino aquello que aún se resiste a abandonar la memoria de un peregrino errante.
Hay memorias que no pesan, sino que acarician, como un eco lejano que lo acompaña en el silencio.
A veces cree que, en cada recodo del río, no busca redención, sino la certeza de que vivió, de que sus pasos alguna vez estuvieron guiados por una ilusión tan luminosa como ingenua.
Y sigue andando. No porque sea lo único que le queda, sino porque en cada paso guarda el murmullo de aquel verano, y en ese recuerdo encuentra todavía un motivo para avanzar.