El 2 de enero de 1920 nació en Petróvichi, Rusia, el escritor Isaac Asimov. Es autor de libros de ciencia ficción, historia y divulgación científica. De sus obras tal vez las más famosas son las que conforman la Trilogía de la Fundación, extendida después con una serie de novelas que continuaban el tema. Pero las obras que más huella dejaron al parecer son las relativas a los robots, su relación con los humanos y su influencia en la sociedad y la civilización. De hecho se atribuye a Asimov la introducción en el idioma inglés de las palabras robotics y positronic. Escribió libros de historia como Los griegos, Los egipcios y La Tierra de Caanán. También es autor de algunos amenos e instructivos libros que llamó Guías, como Guía Asimov de la Biblia y Guía Asimov para Shakespeare.
Son muy numerosos sus trabajos de divulgación científica, entre los que se encuentran una Breve historia de la química, 100 preguntas básicas acerca de la ciencia y Cómo descubrimos los números.
Pero es en la ciencia ficción donde se extendió su fama, con inolvidables novelas como Un guijarro en el cielo, El sol desnudo, Los propios dioses y El fin de la eternidad. De sus colecciones de relatos se destacan Compre Júpiter, Yo, Robot y Con la tierra nos basta.
Su estilo es muy ameno y hace gala de un fino sentido del humor, lo que hace muy agradable su lectura.
Compre Júpiter
(Isaac Asimov)
El simulacro, con una majestuosa barba dorada y profundos ojos castaño oscuro, dijo suavemente:
— Nosotros comprendemos sus dudas y sospechas, y sólo podemos reiterarles que no deseamos hacerles ningún daño. Creo que les hemos presentado pruebas de que habitamos los halos que coronan las estrellas de tipo O (1) y que su sol es demasiado débil para nosotros, mientras que sus planetas son de materia sólida y, por lo tanto, completa y eternamente ajenos a nuestros intereses.
El negociador terrestre, que era secretario de Ciencias y que por unánime acuerdo había sido encargado de las negociaciones con el extraterrestre, dijo:
— Pero ustedes han admitido que nosotros estamos en una de sus principales rutas comerciales.
— Sí, ya que nuestro nuevo mundo, Kimmonoshek, ha desarrollado nuevos campos de fluido protónico.
El secretario agregó:
— Verá, aquí en la Tierra, los puntos de las rutas comerciales pueden adquirir una importancia militar desproporcionada con respecto a su valor intrínseco. Por lo tanto, sólo puedo repetir, para ganar su confianza, que nos debe decir por qué necesita Júpiter.
Y, como cada vez que la pregunta era formulada o se aludía a ella, el simulacro pareció apenarse.
— Es importante mantener el secreto. Si la gente de Lamberj...
— Exactamente -dijo el secretario-. Para nosotros esto suena a guerra. Ustedes y lo que llama la gente de Lamberj...
Hurañamente, el simulacro continuó:
— Pero les estamos ofreciendo un precio muy generoso. Ustedes sólo han colonizado los planetas interiores del sistema y no estamos interesados en ellos. Pedimos el mundo que ustedes llaman Júpiter, en el que, según tengo entendido, su gente no espera poder vivir nunca, ni siquiera aterrizar en él. Su tamaño -dijo, mientras reía indulgentemente- es demasiado grande para ustedes.
El secretario, molesto por ese aire de condescendencia, dijo con obstinación:
— Los satélites jovianos son, no obstante, sitios aptos para la colonización, y de hecho pretendemos colonizarlos en breve plazo.
— Pero los satélites no serán molestados en forma alguna. Continuarán siendo suyos en el pleno sentido de la palabra. Solamente les pedimos Júpiter, un mundo completamente inútil para ustedes, a pesar de lo cual les ofrecemos un pago generoso. Seguramente se dará cuenta de que podríamos tomar su Júpiter por las buenas, si así lo deseáramos, sin contar para nada con su permiso. Pero preferimos efectuar un pago mediante contrato legalizado. Esto impedirá posibles disputas en el futuro. Tal como puede ver, mi sinceridad es absoluta.
Pero el secretario insistió, tercamente:
— ¿Por qué necesitan Júpiter?
— Los de Lamberj...
— ¿Están ustedes en guerra con la gente de Lamberj?
— No es eso exactamente...
— Porque usted comprenderá que si estalla una guerra y ustedes establecen alguna base militar en Júpiter, la gente de Lamberj podría, y con razón, resentirse por ello y vengarse de nosotros por haberles concedido ese permiso. No podemos permitirnos el vernos envueltos en semejante situación.
— Ni yo se lo pido. Tiene mi palabra de que no significará ningún daño para ustedes. Además -continuaba volviendo siempre a lo mismo-, el precio es generoso. Suficientes cajas de energía por año para proveer a su mundo de la energía necesaria para cada año completo.
El secretario dijo:
— ¿Y qué sucedería en el caso de que el consumo de energía aumentara en el futuro?
— Si se tratara de una cifra hasta cinco veces mayor que la actual, no habría ningún problema.
— Bueno, pues entonces, tal como le he dicho, yo sólo soy un alto delegado del Gobierno y me han dado considerables poderes para tratar con usted, pero mis facultades son limitadas. Yo, por mi parte, me inclino a confiar en usted, pero no puedo aceptar sus condiciones sin comprender exactamente por qué quiere Júpiter. Si la explicación es satisfactoria y convincente, quizá podría persuadir a nuestros gobernantes y, a través de ellos, a nuestro pueblo, para firmar este acuerdo. Pero si intentase llevarlo a término sin dar ninguna explicación, yo sería simplemente relevado de mi puesto y la Tierra negaría su ratificación. Entonces, tal como ya ha dicho, ustedes podrían tomar Júpiter por la fuerza, pero lo tendrían en posesión ilegal y, por lo que ha mencionado, no lo quiere de esa manera.
El simulacro hizo chasquear su lengua impacientemente.
— No puedo seguir eternamente con esta insignificante disputa. Los de Lamberj...
Se detuvo una vez más y luego continuó:
— ¿Tengo su palabra de honor de que todo esto no es un plan inspirado por la gente de Lamberj para ir aplazando el acuerdo...?
— Mi palabra de honor -dijo el secretario.
El secretario de Ciencias, moviendo su frente con un aire de hombre diez años más joven, dijo suavemente:
— Le he asegurado que su gente podría tenerlo tan pronto como obtuviera la aprobación formal del presidente. No creo que él se oponga, ni tampoco el Congreso. ¡Dios mio! Piénsenlo, caballeros; energía gratuita en la punta de nuestros dedos en pago por un planeta que nunca y en ningún caso íbamos a utilizar.
El secretario de Defensa, volviéndose grana, dijo:
— Pero estamos de acuerdo en que sólo una guerra entre Mizzarett y Lamberj podía ser la causa de su necesidad de tener Júpiter. En tales circunstancias, y comparando su potencial militar con el nuestro, es esencial mantenernos en estricta neutralidad.
— Pero no hay ninguna guerra, señor -replicó el secretario de Ciencias-. El simulacro me dio otra explicación acerca de su necesidad de tener Júpiter, tan racional y plausible que la acepté inmediatamente. Y creo que el presidente estará de acuerdo conmigo, y ustedes también, caballeros, cuando lo comprendan. De hecho, tengo aquí sus planos para el nuevo Júpiter, tal como será muy pronto.
Los demás se levantaron de sus asientos, gritando.
— ¿Un nuevo Júpiter? -dijo entrecortadamente el secretario de Defensa.
— No demasiado diferente del viejo, caballeros -dijo el secretario de Ciencias-. Aquí están los diseños realizados en forma adecuada para su observación por seres humanos como nosotros.
Se los entregó. El familiar planeta listado estaba allí delante de ellos, en uno de los dibujos: amarillo, verde pálido y castaño claro con rayas blancas rizadas aquí y allá contra el moteado fondo aterciopelado del espacio. Pero a través de las franjas había rayas tan negras como aterciopelado era el fondo, distribuidas de una curiosa manera.
— Eso -dijo el secretario de Ciencias-, es el lado diurno del planeta. El lado nocturno se encuentra en este otro diseño. -Allí, Júpiter era una delgada media luna envuelta en tinieblas, y dentro de esa oscuridad se veían las mismas rayas distribuidas de la misma manera, pero esta vez en un encendido color naranja fosforecente.
— Las marcas -continuó el secretario de Ciencias- son un fenómeno puramente óptico, según me ha dicho, que no rotarán con el planeta sino que quedarán estáticas en su margen atmosférico.
— Pero ¿qué son? -preguntó el secretario de Comercio.
— Verán -dijo el secretario de Ciencias-, nuestro sistema solar se encuentra en el camino de una de sus mejores rutas comerciales. No menos de siete de sus naves pasan a unos pocos cientos de millones de kilómetros del sistema, en un solo día, y cada nave, cuando pasa, tiene bajo observación telescópica los planetas más importantes. Curiosidad turística, ya saben. Para ellos, los planetas sólidos de cualquier tamaño son una maravilla.
— ¿Qué tiene que ver eso con estas marcas?
— Son una forma de escritura. Traducidas, estas marcas dicen: «Usad vértices ergónicos de Mizzarett para un calor saludable y resplandeciente.»
— ¿Quiere decir que Júpiter va a ser algo así como una valla publicitaria? -explotó el secretario de Defensa.
— Exacto. Parece ser que la gente de Lamberj produce una tableta de ergón muy competitiva, que hace que los de Mizzarett tengan un ansioso interés por establecerse completa y legalmente en Júpiter, en caso de un posterior litigio con los de Lamberj. Afortunadamente, los de Mizzarett son novatos en el juego publicitario, según parece.
— ¿Por qué dice eso? -preguntó el secretario del Interior.
— Porque desaprovecharon una serie de opciones que tenían para otros planetas. El anuncio de Júpiter servirá para promocionar nuestro sistema al mismo tiempo que su propio producto. Y cuando la gente de Lamberj venga como un vendaval a comprobar que los de Mizzarett poseen el titulo legal de Júpiter, nosotros tendremos Saturno para vendérselo a ellos. Con sus anillos. Y tal como nosotros nos encargaremos fácilmente de explicarles, los anillos harán de Saturno un espectáculo mucho mejor.
Y, por lo tanto -dijo el secretario del Tesoro, repentinamente alegre, valdrá un precio mucho mejor.
Y entonces todos, de repente, parecieron felices.
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