16 de diciembre de 2011

El duelo...


La calle, de doble sentido y en empinada subida, se extiende libre ante mí, si bien de bajada hay bastante tránsito. Llevo prisa, de modo que me alegra no tener a nadie por delante. Sin embargo, la calle no está despejada del todo, realmente.
Allá arriba -dos cuadras tal vez, algo se mueve por en medio de la calle, acercándose a mí.
Es un perro. Un perro negro, por lo que puedo ver.
Camina displicente calle abajo, sin preocuparse de nada, al parecer.
Yo sigo avanzando, y la distancia se acorta. Sí es un perro negro, de mediana alzada e hirsuto pelaje, que con aires de "a mí que me importa" avanza directo hacia mí...

Hago ademán de tomar mi derecha, para pasar por su lado, ya que no parece querer cambiar su rumbo. Pero lo cambia, hacia su izquierda, como si buscara seguir enfrentándome.
Intento la izquierda. Él continúa bajando, con su paso insolente, ligeramente hacia la derecha.
¿Es que quiere desafiarme?!
Mala idea esa. Si él tiene poco apego a su vida, menos le tengo yo a la mía. Además que, ¿qué arriesgo?, si voy en auto... ¿Qué se cree? ¿Que voy a detenerme por él?

Se equivoca. Los que fueron 200 metros son ya cincuenta, y se reducen a cada segundo.
El perro continúa de frente, su mirada puesta en mí, sus pasos disparejos y cojeantes continúan -sin embargo- impertubables- hacia adelante.

Puedo ver sus ojos, desafiantes, su mirada dura, su gesto decidido.
Nada parece existir sino nosotros dos. Y el camino, que se acorta, se acorta ya demasiado.

Un destello de lucidez llega a mi mente, y pienso que nadie, nadie me justificará si sigo adelante, nadie entenderá que este animal me desafía abiertamente, nadie me perdonará si le hago daño... y en el último instante doy un golpe brusco al volante y piso el acelerador, pasando junto al perro, tan junto, que se diría le he despeinado la sucia pelambrera...

Al pasar junto a él, creí ver un brillo de enojo en sus ojos, unos dientes apretados de rabia...


La calle es mía nuevamente, y podría alejarme de allí sin más, pero no lo consigo.
No puedo evitar mirar por el espejo retrovisor, y allí está. Sigue calle abajo, con su paso disparejo y renqueante, con su aire desafiante, enfrentándose esta vez con una "liebre". Temí el desenlace. ¿Lo respetará el chofer, miembro de un gremio de pésima fama?

Y bajé la velocidad casi hasta detenerme, para mirar, para ver que sucedía, cómo terminaba ese nuevo desafío del animal.

Y aunque no se crea, la última imagen que pude ver fué al perro, al muy insolente y audaz, parado en firme sobre sus cuatro patas, al medio de la calle, enfrentando a una liebre detenida, con media docena de vehículos detrás...





Esto, que podría ser un cuento, no lo es. Sucedió en realidad. No sé en qué quedó todo. No sé cómo terminó la historia. Yo debí seguir mi camino. Sin embargo, esta mañana, al pasar por la misma calle, ahí andaba el perro, negro, sucio, desaliñado, de blancas cejas y feo hocico, detrás de una perra... 

Supongo que eso significará que fue la liebre la que se apartó del camino, finalmente...


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4 comentarios:

CeciliaCastillo dijo...

Qué buena historia. Sí, parece un cuento.
Lo voy a releer cuando se vaya mi jaqueca...

Don Pato dijo...

Me metí en la historia pensando que era un cuento y al final me rompiste la ilusión. Hubiera preferido que lo fuera y con un final inesperado.
Buen relato Rodrigo, me gusta como escribes y hasta me da envidia...

Rocio dijo...

Tío gracias por el relato/cuento, me alegró mi últimos minutos de este día.

Buenísimo...
...y el perro... nada que agregar.

tito dijo...

yo lo dejaría como cuento, habría que rehacer el final