23 de marzo de 2020

Que más da.



 
Me miraron sorprendidos, en mi trabajo, hace unos días, porque dije cuáles eran mis sueños post jubilación (me faltan 7 años).
No recuerdo por qué salió el tema. Tal vez porque ando mal allá en la pega y me cuesta moverme como antes, no sé. La cosa es que alguien preguntó que pensaba hacer cuando me jubilara, asumiendo que recibiría mucho dinero.

Lo dudo. Seriamente. Pero igual les dije que probablemente ese dinero me alcanzara para lo que quería hacer: comprarme una casita, una casucha quizá, por ahí, en algún pueblo. Una casita junto a la que corra un arroyo, o un simple canal con agua. Donde haya unos cuantos árboles bajo los cuales sentarse y un pedazo de tierra donde pueda tener un par de animalitos.

Que haya o no luz, televisión o señal de celular me importa poco. No son cosas que debieran interesar en demasía al final de la vida. 
Si alguien quiere saber de mí, pues a la antigua: que me escriba. Al menos esas letras las podría leer, que las del celular hace rato que son un montón de jeroglíficos borrosos, y mis dedos aprietan siempre la tecla equivocada. Cansa eso de corregir todo lo que se escribe.

En fin, que no fue más que eso lo que dije. Quizá habré agregado que con la miseria que me dará la AFP debería bastar para comer algo a diario. Sin tantas cuentas que pagar no ha de costar tanto.

Y eso fue todo, pero bastó -y sobró- para que me miraran raro. Claro, para alguien que nació tecnológico debe ser terrible no tener un celular en la mano, o una tv en donde ver el fútbol.

Pero para mí, importa poco. O nada. Que no soy de esos que no pueden comer si no tienen alguien al lado, y no pueden vivir si no están rodeados de ruido. Bastante de ambas cosas ya he tenido, y desear un poco de silencio y tranquilidad, no puede -según yo- ser una locura.

Y si lo fuera, bueno, si lo fuera, a estas alturas que más da.

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Y si usted al mundo vino...