Hoy apenas si oirás alguno en las postrimerías de la tarde, cuando llegan a recogerse en algún añoso pimiento. Pero ya no en las cercanías.
No se les vé anidando en algún alero o en los transformadores, sus favoritos de siempre.
Ya no vienen al patio, en bulliciosa y pendenciera banda, a comerse desenfadados el arroz que doy a las tórtolas.
Cuatro o cinco, a lo sumo, se mezclan con ellas a comer alguna vez, pero ya no con el descaro de antaño, sino silenciosos y humildes, como si quisieran no ser notados.
Pareciera que con haber perdido el número perdieron también la osadía.
Ya no quedan gorriones y, parece, tampoco queda quien los eche de menos.
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