Siempre me ha parecido, desde que tengo memoria y aunque pocas veces los
disfrutara (y poco los disfruto), que no hay mejor cosa para el desayuno
que los huevos fritos. La blanca y suave clara, rodeando la colorida,
redondeada y rotunda yema (en cualquiera de las muchas tonalidades del naranja), paréceme el ideal complemento para el té de los días de descanso o el café de los días de trabajo.
No obstante, pocas veces los ofrecen en los casinos de la minera, y cuando
la ocasión se da, vienen ya fritos, y por cierto apenas si tibios, las
más de las veces casi fríos, lo que hace desagradable la experiencia de
comerlos.
Por eso, me
sorprendió encontrarme en la mina que ahora estoy, con que los huevos
fritos están presentes al desayuno, varias veces en la semana, y
calientes, recién hechos, recién fritos a la vista de los presentes,
sobre una amplia plancha.
Me brillaron los ojos (o así lo
supongo), al ver esto. Más, como nada es simple o fácil, si puede no
serlo, no era cosa de llegar y tomar uno, no, había que hacer fila, una
larga fila de gentes anhelantes de desayunar con huevo frito. De modo
que -como la paciencia es poca- ni un solo día me acerqué, y desayunaba
al otro extremo del casino, lejos del "huevofritesco" olor.
Mas,
aconteció una mañana que, por algún acaso, no había casi gente haciendo
fila, junto a la plancha, y se freían huevos en ese momento. Alegre,
como niño que espera un confite, me acerqué al momento, y disfrutaba ya,
con antelación, del que sería el mejor desayuno en un buen tiempo. Las
pocas personas avanzaron, tras una brevísima espera, y entonces, cuando
llegué junto a la plancha, lo que ví me impactó, me quitó la
respiración, me dejó sin aliento: el tipo aquél, ese despiadado criminal
vestido de blanco, tomó de la plancha el huevo recién frito, y con fría
decisión y manifiesta habilidad (que revelaba a las claras con cuánta
frecuencia repetía aquél crimen), puso el huevo yema abajo y lo aplastó,
friéndolo con saña, hasta dejarlo convertido en una masa informe...
Cuando ví la cosa amorfa que me presentaba en un plato, lo miré a los
ojos, con una mirada que reflejaba todo lo que sentía (y que ni entonces
pude ni ahora podría describir), y me alejé de allí, con las manos
vacías, aún desconcertado, sin poder entender semejante acto criminal...
¿A quién se le ocurre, a quién, a qué mente retorcida y enfermiza se le ocurre freír un huevo por ambos lados?
Qué crimen, qué crimen de lesa ovidad...
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