29 de enero de 2012

El Almirante Grau

En la ciudad de Piura, bastante al norte de Perú, nos encontramos con un museo dedicado al Almirante Grau, que por cierto es el máximo héroe de ese país, yo diría que más que Bolognesi.

Es una ciudad tan grande como Antofagasta, y está separada sólo por un río de otra ciudad contigua, de tal manera que en el fondo funcionan como una sola, y entre ambas superan los 460.000 habitantes.

Grau nació en esa ciudad, y aunque la verdad es que vivió ahí sólo hasta los 5 o 6 años, no es cosa de dejar pasar tal circunstancia. Por eso, la casa donde nació fue convertida en museo. Con un marino de guardia en la puerta, por cierto.







Y por cierto, no podía faltar la foto con el dueño de casa...




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28 de enero de 2012

Novios

Estamos acostumbrados a ver algo como esto en las tortas de novios.




De modo que me sorprendió, y me reí bastante, al ver estos llamados "novios locos" en Tacna.





Por cierto que habían muchos más. Algunos muy actuales, como una pareja que está separada y volteados cada uno por su lado, hablando por celular...

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23 de enero de 2012

Prohibido tomar fotografías, prohibido filmar.

Estuvimos en Lima.
Y uno de los lugares que visitamos, muy interesante, fue el Convento de San Francisco y sus catacumbas



Para quienes gustan de lo viejo, de la historia, de las reliquias, de muebles y arquitectura de centurias atrás, (léase nosotros)  resulta un paseo inolvidable, al que sólo restan valor dos cosas: El que no se pueda filmar ni tomar fotografías (ni siquiera sin flash), y el que al ser una visita guiada, hay que estar a merced del guía que te toque y soportar a los desatinados que nunca faltan, ni aún en lugares como éste.

Los guías podrían ser mejores. El que nos tocó -afortunadamente- era bueno, pero pudimos ver a otros que no lo eran tanto. Los peores son los del tipo ametralladora, que largan unas parrafadas que ni se alcanza a entender lo que dijeron.

Pero es una gran experiencia. Aunque están prohibidas las fotografías, Google (hasta que el SOPA o el PIPA dispongan lo contrario) muestra muchas imágenes que se han tomado desobedeciendo las normas. Yo no pude hacerlo, por más que tuve oportunidad y "me picaban los dedos" por tomar algunas.

(Imagen Google de la llamada fosa común)

Una de las cosas que llaman la atención es que los osarios presentan los huesos ordenados, de manera que en una hay sólo fémures y tibias, en otra cráneos, y en algotra huesos menores. Al preguntar al guía sobre eso, nos explicó que no es que esa fuera su disposición original, sino que al realizar las excavaciones, se encontraron capa sobre capa de cuerpos, separados por la cal y la tierra con que se cubrían, llegando algunas a profundidades de 4 metros, sin que se encontrara su fondo. Al volver a poner en ellas los cuerpos, se puso abajo "lo molido" por así decirlo, cubriéndolos en la superficie con los huesos más grandes, y por ende más enteros.  Alguna mente creativa fue la que dispuso los huesos de la fosa común en la forma que ahora se ven (foto), pero al ser encontrados estaban en el más absoluto desorden, ya que los esqueletos que allí había procedían de los muertos de clases sociales inferiores.



(Imágenes Google de visitantes menos escrupulosos)


Despiertan mucho la curiosidad una gran cantidad de puertas y rejas que permanecen cerradas, muchas de ellas intoncadas, y a través de las cuales -en la penumbra- se divisan más y más osarios, y pasadizos que no se sabe a dónde conducen. La tradición afirma que existen algunos corredores que comunicarían estas catacumbas con las de la Catedral y con el Convento de los Dominicos, situados a dos y tres cuadras respectivamente. Pero no se han hecho excavaciones para comprobarlo. Al parecer, falta interés.

En el convento, por otra parte, con todas sus antigüedades, nada nos entusiasmó más -a Rossana y a mí- que la Biblioteca...
Ahí sí que fue necesaria una perentoria mirada de mi mujercita, para recordarme que debía mantener las manos lejos de la cámara...

(Imagen Google)

Ni siquiera permitían pasar más allá de los dos primeros metros. Una crueldad, por cierto. Pero se entiende el porqué, cuando ve uno a cada tipo que va a visitar estos lugares... En las catacumbas, por ejemplo, vimos papeles, lápices e incluso un corazón de manzana entre los huesos.

La nota alta -durante nuestra visita- la dio un tipo petulante que, ya casi al salir de las catacumbas, dijo como al acaso a su acompañante:

- "Me impresionaron más las catacumbas de Roma..."  (evidentemente sus 1500 años más de antigüedad no tienen nada que ver en eso...)

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17 de enero de 2012

El cangrejo de la muestra número 4


La telenovela aún no termina señores !!! En mi último control con el urólogo me dijo que todo andaba bien con los exámenes, PERO !!! en la muestra número cuatro hay una pequeña partícula que merece dudas, así que la enviaremos a un nuevo análisis para estar seguros...

Bueno, ahora al parecer estamos seguros que esa pequeña partícula tiene células cancerígenas por lo que no quedará más remedio que operar y extirpar la dichosa glándula que a estas alturas sólo está ocupando espacio no más. Es de esperar que tenga cuidado el cirujano al cortar para que no me deje mas imposibilitado de lo que estoy...

He comenzado por los exámenes pre operatorios y luego sabré cuando estaremos en condiciones de "agendar" la operación.

En buen "romance" y para ser claro y conciso, tengo cáncer a la próstata.

10 de enero de 2012

¡A la orden!

La vida militar es algo particular, pero tiene algunos aspectos interesantes, sobre todo el ordenamiento con el que se realizan las cosas. El soldado obedece al cabo, el cabo al sargento, el sargento al teniente y así sucesivamente hasta llegar al Capitán General o al Mariscal.
La cuestión es sencilla, el cabo grita: --¡Pelao, tírate por la ventana!, el pelao responde: --¡a la orden, mi cabo!, va y se tira. Que la ventana sea la del primero, segundo o quinto piso no tiene importancia, nadie tiene que distraerse pensando en ese tipo de detalles.
Puede parecer algo extraño, pero el sistema no deja de presentar sus ventajas. En la vida civil la cosa es diferente.
--¿Vas a ir a comprar las verduras?
Bueno, lo que yo tenía en mente, y ya estaba haciendo, era leer el periódico, actividad que puede ser completamente inútil pero que no requiere de esfuerzo físico ni mental, esto último, claro, debido a la absoluta falta de profundidad de los periódicos. Respondo sin pensarlo:
--No...
--Entonces, ¿quién va a ir?

La segunda pregunta me desconcierta, estoy tratando de saber por qué Rusia no descarta que sus fracasos espaciales tengan "causas externas".
Digo estupidamente: --No sé...
Se desata una tormenta en día claro...
--¡Seguramente tendré que ir yo, si nadie más quiere ir tendré que ir yo. Como si no tuviera nada que hacer, pero yo tengo que hacerlo todo, porque nadie más quiere ir...!
Los truenos y relámpagos llenan el aire, hundo la cabeza entre los hombros en actitud defensiva, estoy seguro, muy seguro, que jamás dije  que no quería ir, mi pecado es solamente de ignorancia.
No queda más que negociar una retirada estratégica.
--Bueno, voy a comprar la verdura...
Pero falta todavía, la temperatura del aire baja...
--Mira, si no quieres ir no vayas.
No es cobardía, es solo que soldado que huye sirve para otra batalla...
--No, no, si quiero ir, voy ahora, dime que quieres.
Y me voy tan alegremente como puedo a comprar las verduras, después veré que problemas tienen los rusos y como puedo ayudar a solucionarlos.
Por supuesto que hubiese sido más fácil de la manera militar:
--¡Tienes que ir a comprar la verdura!.
--¡Muy bien, voy!

Y todos tan contentos.
Claro que ahora tengo otro problema, a ver, eran cinco de papas, uno de zanahorias, dos de cebollas, ajo, cilantro, ¿que más era? estoy seguro que había otra cosa, pero no me acuerdo.
Voy a llevar también tomates, lechugas y pepinos, ¿como no va a ser una de esas tres?
Ojalá acierte, en el ejército podría recibir un: --¡Pelao, dame veinte!
Pero en casa..., mejor llevo pimientos también, por si acaso...

7 de enero de 2012

El buen Samaritano


Es casi mediodía, y el sol golpea fuerte sobre las espaldas de la gente que, apresurados unos, indolentes otros, circulan por las calles del pueblo a esa hora.

Es un pueblo medio olvidado, que vive más de recuerdos de pasadas glorias que de otra cosa. Sus viejas casonas de pino Oregón, la plaza, de resecos y desnudos árboles, y los abandonados -y ha tanto tiempo inútiles- lanchones maulinos anclados en la rada, le confieren un aire romántico.

Es poco el ruido que hay en sus calles, como escasos son los vehículos que por ellas circulan. Más bullicio hacen las gaviotas, los cormoranes y piqueros, que sus habitantes.

Por la avenida principal, o mejor dicho por su única avenida, tan poco poblada como el resto, camina una mujer con paso vivo, que no se condice con su pobre aspecto y su cansado rostro. Sus vestidos reflejan pobreza, mas no descuido. Ni un roto, ni un descosido, ni nada de sucio hay en ellas, y su cabello, si bien largo y algo enmarañado, se ve limpio.

Su rostro refleja tristeza, a pesar de la media sonrisa dibujada en sus labios. En su mano aprieta tres o cuatro monedas -todas las que tiene- con las que piensa comprar arroz, para alimentar a sus pequeños hijos. Es pobre, y el poco dinero que llega a conseguir se hace nada, se desvanece como sal en el agua, y de poco sirve ante las tantas necesidades que debe atender.

Esa sonrisa tenue que lleva se debe- tal vez- a que se siente tranquila, porque sabe que bastarán esa monedas para alimentar a sus chicos hoy, y aún mañana. Y es que en el almacén al que se dirige ahora, con sus ligeros pasos, ha encontrado -hará un par de semanas- un arroz baratísimo, que le permite comprarlo con su escaso dinero, y aún le deja algo para alguna verdura con que acompañarlo.



Lo encontró un día en que, con pocas esperanzas y menos monedas, entró a ese almacén. Alguien le dijo que allí vendían las cosas más baratas, y que valía la pena recorrer todo el pueblo para llegar hasta él. Sin embargo, cuando entró y se enfrentó a los dos muchachos que allí atendían, sintió que perdía la confianza. Los precios que se veían allí, sobre las estanterías, eran más bajos, sí, pero nunca lo suficiente para que estuvieran a su alcance. Menos aún en ese momento, en que llevaba apenas nada.

Los muchachos la miraban, esperando que hablara, que dijera algo, examinando tal vez su aspecto macilento y su ropa vieja, quizá si deseando que se fuera. Pero venció su vergüenza, y con una voz débil, preguntó por el precio del arroz.

El mayor de ellos le contestó -con voz amable- diciéndole una suma que no podía pagar. Ella apretó los labios al oírlo. Era casi lo mismo que en todas partes, un valor mayor de lo que podía pagar. Hizo ademán de irse, pero el muchacho volvió a hablarle, esta vez para decirle que, si quería, podían venderle la mitad, o aún un cuarto de kilo. Ella hizo la resta, y ni así era suficiente lo que tenía, de modo que se volvió para salir, con la amargura pintada en el rostro.

Sólo entonces el otro dependiente le habló, con el tono de quien propone algo que no cree sea aceptado, pero con clara intención de ayudarla.
- Tenemos un arroz más barato. Mucho más barato, pero no es bueno.
Ella le miró por sobre el hombro y él, al ver que había captado su atención, le explicó;
- Es un arroz muy pequeño y quebradizo, casi no viene ninguno entero.
Ella le seguía mirando, sin decir nada, intentando imaginar ese arroz, intentando no hacerse vanas ilusiones.

El primer muchacho intervino entonces, para agregar que lo tenían hace mucho tiempo, porque nadie quería llevarlo, que sólo podían vender el paquete completo, pero que era de medio kilo, y que valía sólo unas monedas.
Ella lo escuchó decir estas palabras con la mirada fija en sus ojos, como si quisiera entrar en ellos y descubrir si se estaba burlando, si todo era una mala broma. Pero él no se reía, ni sus ojos tampoco. Y el otro chico traía ya en la mano un pequeño paquete de arroz, y se lo mostraba. Y el grano era chico, sí, y quebrado en mil trozos que llenaban la bolsa transparente, que nada ocultaba.
Lo siguiente que ella miró fueron las monedas en su propia mano, ahora abierta, y eran las necesarias y suficientes para comprarlo. No supo bien cómo las entregó, ni como recibió el paquete, ni cómo llegó a su casa con él apretado contra el pecho.

Pero allí lo abrió, y cocinó ese arroz para sus niños, y pudo alimentarlos, y pudo sonreír al verlos.




Ahora vá nuevamente al almacén, como ha hecho estas dos semanas, a comprar más. Lleva sus monedas en la mano, como de costumbre, y camina quizá si más ligero que antes.

Entra al almacén, y confiada, sonriente, pide su arroz (los muchachos saben ya cuál, y se lo darán enseguida, alegremente, como hicieran nada más antesdeayer).


Pero esta vez no es así. El mayor la mira de forma extraña, y le dice con voz grave:
- Ya no nos queda. Lo siento, se lo llevaron todo.

Ella lo mira, como si no entendiera.
- "¿Todo?" se pregunta, "pero si no lo compraba nadie, era mi arroz, sólo para mí, mi arroz."

Sin embargo, ve ahora reflejarse la tristeza en la cara de él, y comprende que es cierto, que ya no hay, que ya no habrá más arroz pequeño, quebrado y barato para ella, para sus hijos. Baja la vista, y se vá. No es primera vez que vé caer en pedazos una esperanza, es sólo una más. Y se va caminando lentamente, demasiado lentamente. Si se hubiera ido más rápido, si no se hubiera tardado tanto en aceptar le realidad...


Pero lo hizo, se tardó.
Y esa tardanza fue fatal, pues a la pena que sentía, se le agrega ahora el dolor, un dolor que se vé, que se trasparenta en toda ella, cuando escucha al otro muchacho decir:
- Sí, se acabó todo, vino un señor buscando algo para cocinarle a sus perros, y mi patrón le dijo:
- Ahí tengo ese arroz malo, que nadie quiere comprar, lléveselo todo y le hago un descuento.
Nosotros le dijimos que usted lo compraba a diario, pero no nos hizo caso. Y el señor aceptó y se lo llevó, para los perros.


La mujer salió, sin saber cómo, a la calle. Tal vez fueron las lágrimas en sus ojos que no le permitieron ver, o bien fue el dolor que sentía lo que la hizo tropezar con el letrero que, en la calle, anunciaba las ofertas del día. En ese letrero se destacaba también el nombre: Almacén "El buen samaritano".


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1 de enero de 2012

No es lo mismo


(No era ésta, por cierto, pero juro que podría haber sido su hermana...)

Era una mujer estupenda, de proporciones estatuarias.
Alta, hermosa.
Y negra, por añadidura (eso no importa, pero ¿cómo no mencionarlo?).

Llevaba con gracia (y facilidad) un carro de supermercado casi lleno.
A su lado iba un niño, de unos 4 años.
Un paso más atrás, su pareja.
Un hombre de unos 40, algo grueso (no era bajo, pero junto a ella lo parece).
Por su aspecto, probablemente alguien que trabaja en una minera.
Un ingeniero, un supervisor, alguien así.

Ella -de pronto- enfila el carro hacia el sector donde se exhibe la ropa.
-venden de un todo en ese supermercado-.
El hombre (¿su marido?) le dice, cortante:

¿Dónde vas? ¡No vas a ponerte a mirar ropa!

Ella se detiene, lo mira por sobre el hombro, gira empujando el carro, como si fuese a tomar otro rumbo, pero queda de frente a él. Lo mira nuevamente, a la cara, y le lanza el carro con fuerza, de modo que él, sorprendido, se ve obligado a detenerlo para que no lo golpee.

Ella, tranquilamente y sin decir palabra, se va a ver ropa, como si no hubiera en el mundo otra cosa más importante que hacer.

-.-

Creo que -hasta entonces- el muy torpe no se había dado cuenta de que su mujer no era chilena...

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