29 de mayo de 2011

Cuento corto para estudiantes

¡Aprendan geometría!

Henry miró el reloj, a las dos de la mañana cerró el libro desesperado.
Seguramente lo suspenderían al día siguiente. Cuanto más estudiaba geometría, menos la comprendía. Había fracasado ya dos veces. Con seguridad lo echarían de la Universidad. Sólo un milagro podía salvarlo. Se enderezó.
¿Un milagro? ¿Por qué no? Siempre se había interesado por la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones muy sencillas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca había probado. Y aquel era el momento o nunca. Tomó de la estantería su mejor obra de magia negra. Era sencillo. Algunas fórmulas. Ponerse a cubierto en un pentágono. Llega el demonio, no puede hacernos nada y se obtiene lo que se desea. ¬¡El triunfo es nuestro!
Despejó el piso retirando los muebles contra las paredes. Luego dibujó en el suelo, con tiza, el pentágono protector. Por fin pronunció los encantamientos.
El demonio era verdaderamente horrible, pero Henry se armó de coraje.
- Siempre he sido un inútil en geometría - comenzó...
¬ ¡A quién se lo dices! - replicó el demonio, riendo burlonamente.
Y cruzó, para devorarse a Henry, las líneas del hexágono que aquel idiota había dibujado en vez del pentágono.

Fredric Brown

28 de mayo de 2011

"Leído" al pasar...

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Sí, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto:

¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡ Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De “por ahí” vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo”, pasarse al “compre y bote que ya se viene el modelo nuevo”. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!!

¡¡¡Pero por Dios.!!!

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Sí, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos... ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornilla desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: “Cómase el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la “bruja” como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
Ayudenme, me caí del mundo y no se por donde se entra......


Eduardo Galeano………periodista y escritor Uruguayo

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22 de mayo de 2011

"Morfeo se encuentra fuera del área de cobertura".......(título alternativo para un soneto al insomnio).

 ¿Por qué dicen "la noche es silenciosa"
si más bien está llena de sonidos?
escucho bien del corazón latidos
y del reloj la marcha minuciosa,

A lo lejos sirena presurosa,
abre paso a la urgencia con aullidos,
los perros, contestando con ladridos,
algarabía, arman fastidiosa.

El sueño, ese que antes se escapaba
huye ahora inalcanzable ¿hacia dónde?
el gallo canta, lo que me faltaba...

para mañana a muerte lo sentencio,
llamo a Morfeo, pero no responde,
Noche, vamos, devuélveme el silencio.

Jen-O

16 de mayo de 2011

El viejo "bacán"



El pasado miércoles 11 en el Estadio Nacional, el viejo Paul a sus 68 años nos deleitó, emocionó con su música, con su talento y empatía con el público. Se paseó por canciones de los Beatles, de su época con los Wings y algo de su trabajo como solista. Partió con Hello Goodbye y luego en las dos horas y media que duró el concierto nos regaló Blackbird, Something, Let it be, Yesterday, Live and let die... entre tantas. Sólo eché de menos algunas canciones de sus últimos trabajos como "This Never happened before" o "The end of the world", pero al final quedé conforme por su entrega, por su calidad vocal y por su juego con el público. Le hizo harto empeño a comunicarse en castellano, nos dijo que éramos "bacanes" e incluso tarareó la "Canción del adiós" queriendo anunciarnos que su show estaba por finalizar y cuando cantó ... and in the end, the love you take, is equal to the love you make... sabíamos que era todo y talvez que no se volvería a repetir en nuestro país la visita de este grande de la música.

En tribuna Andes con mi hijo David, esperando que comience el show. Nótese que luzco orgulloso mi polera de los Beatles que me trajo de regalo mi primo Jaime desde el mismísimo Liverpool !!!

9 de mayo de 2011

Nada es exclusivamente chileno. Habas se cuecen en todas partes.

1."Tengo que escribir un ensayo acerca de 'Por qué la pluma es más poderosa que la espada'. Pero primero,necesito ir a Google a buscar qué es una pluma."

2. "Se llama 'lectura'. Lo usan las personas para instalar nuevo software en su cerebro."


6 de mayo de 2011

Leo Perutz

¿Alguien conoce a Leo Perutz?, es un escritor y matemático austriaco, nacido en Praga en 1882 y fallecido en Bad Ischl, Austria en 1957.
Es autor de novelas tan interesantes tales como El Judas de Leonardo (Leonardo da Vinci busca un modelo para el Judas de La última cena), ¿Adonde vas, manzanita? (un ex-prisionero de guerra austríaco regresa a Rusia para vengarse del oficial que lo humilló en el campo de prisioneros) y La tercera bala (Hernán Cortés se lanza a la conquista de México, pero hay un español que se ha pasado al lado maya...).
También es autor de algunos cuentos como Señor, apiádate de mi, Martes, 12 de octubre de 1916 y este que presento acá, Conversación con un soldado. Espero que lo disfruten.

Conversación con un soldado


En la ciudad de Barcelona, allí donde desde el amplio paseo del muelle abrasado por el sol conduce una avenida de palmeras al monumento a Colón, pregunté por el camino de la catedral a un soldado español que echaba trozos de pan a las gaviotas.
Yo sólo comprendo algunas palabras del idioma que se habla en Barcelona. No es español, es catalán, y según me aseguran los entendidos, este dialecto tampoco lo comprenden fácilmente los españoles de nacimiento. Pero el joven soldado no me contestó en español ni en catalán, más bien me indicó el camino haciendo con la mano un par de movimientos breves pero extrañamenre expresivos: todo seguido, doble a la derecha, otra vez a la derecha, luego a la izquierda. Quedé perfectamente informado. El camino era largo, el sol era abrasador y el soldado opinó que haría mejor en tomar el tranvía. Tampoco esta vez habló en catalán, sino que insinuó con gestos el tañido de una campana y el deslizarse del tranvía por los raíles. Yo le comprendí en seguida. Y como el tranvía tardaba en llegar, mi amable consejero me propuso que mientras tanto esperase sentado a su lado en el banco.
El joven soldado español era mudo. Sólo sus manos parloteaban alegres y despreócupadas, y no había nada que no hubiese contado con señas claras y fáciles de comprender. Me explicó que había tomado parte en la guerra de Marruecos, y sus manos pintaron todo el tumulto de una batalla: ataque, fuego rápido, asalto y retirada. Sobre la necesidad de esa campaña tenía una opinión escéptica que expresó sin rodeos encogiéndose de hombros y meneando la cabeza indignado.
Un coche pasó por delante de nosotros y el joven inválido me indicó en seguida (cerrando los puños y agitándolos como si sujetase las riendas y dirigiese un tiro de caballos) que los caballos eran espléndidos, fuertes y fogosos, de pura raza andaluza. Luego hizo un guiño hacia la izquierda y me sonrió. Me di la vuelta. Dos altos oficiales españoles subían despacio por la cuesta del paseo y mi amigo español me comunicó que ahora tendría que hacer el saludo militar y que consideraba completamente inútil semejante ceremonia. De profesion era aparejador, me explicó haciendo bocetos sobre un tablero de dibujo imaginario y trazando luego toda clase de elementos arquitectónicos con las manos: portales, hileras de ventanas, escalinatas, cúpulas. Era un buen trabajo, opinó, se podía ganar dinero.
Una joven se sentó a nuestro lado con un libro en la mano. El soldado mudo me dio a entender que era joven y guapa, y me animó a que probase suerte con ella. Me aseguró que tendría éxito, que no cabía la menor duda. Hizo de intermediario y se dirigió a la joven asegurándole que yo estaba loco por ella. Que era rico, un extranjero venido de lejos que estaba dispuesto a llevarla conmigo a mi país, que viajaría en tren. La muchacha no sabía qué decir, se rió y hojeó su libro. El soldado señaló sus hombros, donde los oficiales españoles llevan los distintivos, luego retorció con aire emprendedor su bigote inexistente y me comunicó de esa manera que la dama estaba en relaciones con un joven y elegante oficial, y por desgracia ya no estaba libre. Para consolarme se sopló la mano hueca e hizo el gesto de tirar algo. Eso significaba: no te preocupes, ella no merece la pena, hay muchachas mucho más guapas en esta ciudad.
Nos entendíamos perfectamente, conversamos sobre todos los temas imaginables. En todo el viaje a través de ese país no he entendido a nadie tan bien como a ese joven inválido mudo.
Mi tranvía no quería venir, pero yo no tenía prisa. El soldado extrajo plátanos del bolsillo y me ofreció uno. Que cogiese uno sin miedo, opinó, que tenía de sobra. Intercambiamos cigarillos y fumamos. En ese momento llegó el carro.
Iba cargado con barriles y subía traqueteando pesadamente por la avenida. Y justo delante de nuestro banco cayó al suelo uno de los dos caballos. Trató de ponerse de pie, pero volvió a caerse.
El cochero se apeó del carro maldiciendo y empezó a pegar enfurecido al pobre caballo con el mango del látigo. El soldado se levantó de un salto. Se había puesto rojo y temblaba de rabia. Su cigarrillo cayó al suelo. Quería exclamar o gritar algo, pero de su boca sólo salía un sonido gutural.
Se volvió hacia mí. Quería hablar, explicar, acusar; pero por primera vez sus manos elocuentes le fallaron y se quedó impotente, mudo y desesperado delante de mí.
¡Minuto terrible e imborrable! Nunca olvidaré cómo la rabia, el dolor y la indignación dejaron de pronto sin habla al mudo.